Uno de los factores por los que los padres apuntan a sus hijos al equipo de fútbol de colegio, suele ser para que este sean un medio sociabilizador para el niño; una forma de mejorar la relación con los demás. Algo tan importante en la educación del chaval, sobre todo en ciertas épocas de la infancia.

Esto que parece tan idílico, choca a veces con el carácter agriamente competitivo que se respira en ciertos clubs desde la más tierna infancia. En dichos clubs se baraja antes la posibilidad de que el pequeño acabe como profesional de este deporte, que como persona de esta sociedad tan a veces irreflexiva.

Si además de todo ello, hablamos de un puesto tan particular como el portero, a veces ajeno a la dinámica futbolística del equipo, esa capacidad de aislamiento dilapida cualquier intento de sociabilización que comentábamos al principio. Por suerte cada vez se busca más que el jugador, el futbolista, en definitiva la persona, juegue en varios puestos en su época formativa, incluido la de portero, para a su vez lograr una mayor comprensión del juego, pero también para lograr la máxima futbolística de “hacer equipo”; el niño empatiza con su compañero aunque solo sea porque realmente ha vivido sus “problemas” en el terreno de juego.

Pero volvamos al puesto más especial, el de cancerbero. Si existe un portero en el que la soledad ha marcado toda su carrera, probablemente porque ha sido su sino y a veces su objetivo, ese es Víctor Valdés. Víctor siempre ha comentado que en sus orígenes odiaba jugar al fútbol. No tanto el día a día con la pelota, sino todo lo que le rodea; la fama, los medios, el entorno, el propio día del partido. Todo lo que no fuera él, sus guantes y el balón. Aun así perseveró, porque esa ha sido siempre su característica fundamental y aunque, dado su bajo nivel comunicativo que le ha acompañado siempre en su carrera, no lograba entenderse con su entorno, sí que su calidad en base a ese trabajo que comentamos, fue aumentando hasta convertirse en uno de los mejores porteros del mundo y en el defensor de la portería más peculiar del planeta.

Aun así nunca fue comprendido y por lo tanto querido por gran parte de su afición y finalmente, como todos conocemos, decidió dejar al equipo de su vida en la cúspide de su carrera. Cuando media Europa rendía pleitesía al equipo que practicaba el mejor fútbol y obtenía, por ende, los mejores resultados. Lo demás es historia. La desgracia, esa que se suele aliar con los héroes anónimos para dar, si cabe, una vuelta de tuerca más a su destino, apareció el forma de grave lesión de rodilla cuando ya había decidido dejar al Barça a final de temporada. Esta desgracia le dejó sin club y con una rodilla que él se encargaría de recuperar, volviendo al más absoluto anonimato en una ciudad perdida en Alemania. De nuevo la soledad sería su única compañía. De ahí vuelta al ruedo en Manchester, con todas las peripecias que conocemos y hace unos días conocemos que un club histórico, aunque de una liga menor, como la belga, le recuperaba para la causa.

En Lieja Víctor pretende volver a ser él mismo y seguir odiando a este deporte hasta que no pueda volver a ponerse unos guantes, según él mismo dice: “Espero que sea rondando los cincuenta”. Suerte, Víctor.