Si tuviera que definir con dos palabras la esencia del Barça durante los últimos veinte años elegiría ‘orden’ y ‘aventura’. No las he escogido por azar, ni quiero sonar demasiado pedante: son el título de una canción de Mishima, un grupo de rock catalán cuyo cantante, David Carabén, es hijo de Armand Carabén, el directivo que trajo a Johan Cruyff a Barcelona en el verano de 1974. Cuando le preguntaron por el origen del título de la canción, citó a Menotti: “Él me dijo que el fútbol es orden y aventura, y yo no puedo estar más de acuerdo”.

Los calificativos de orden y aventura bien podrían ser el hilo conductor de los mejores equipos de la historia reciente del Barcelona. Lo que unía a los conjuntos de Cruyff, Rijkaard, Guardiola y Luis Enrique era el juego de posición, cada uno interpretado de una forma distinta pero con patrones claramente distinguibles: ordenados en salida y medidos en la dirección del juego, aventureros y desbocados a partir del último tercio de campo.

El primer Barça de Valverde fue un conjunto ordenado. Muy sólido atrás y paciente en la fase de construcción del juego, sin embargo le faltaba brillantez en los últimos metros. Y eso que contaba con un futbolista como Messi, pero por momentos no parecía suficiente. La baja de Neymar en verano obligó a tomar decisiones de urgencia para fomentar la competitividad del equipo, pero al mismo tiempo dejaba en evidencia que Valverde no contaba con los suficientes recursos para dar espectáculo.

En su segundo año, Valverde tiene la misión de añadir la consecuente dosis de aventura a un equipo que padece un déficit de creatividad que la dirección deportiva no se ha encargado de paliar: llegue o no otro centrocampista de ese perfil antes del cierre del mercado, parece que el ‘Txingurri’ deberá tirar una vez más de inventiva para hacer parecer a este Barça un equipo que ya hace demasiado tiempo que no es.